jueves, 26 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA SOBRE CONVENTILLOS



El patio de los conventillos se convirtió en el espacio de todos los inquilinos, donde debían compartir la pileta de lavar, la soga, para extender la ropa e incluso la letrina. La casi obligatoriedad de compartir estos elementos provocaba frecuentes problemas. Pero también en estos lugares se afianzaron los lazos de confraternidad a partir de las fiestas y los bailes que se realizaban generalmente los domingos por la tarde, a pesar de las ordenanzas que prohibían bailar y tocar instrumentos musicales.

Un domingo a la mañana la gente disfrutaba de unos mates mientras los chiquitos corrían jugando a los soldados y las nenas jugando con muñecas de trapo, varias de las muchachas se preparaban para la fiesta que habría esa misma tarde.

Mientras se levantaba Juanita pensaba que quizás esa tarde Ernesto al fin la sacaría a bailar, pero luego recordó la fiesta anterior que ella estuvo sentada toda la noche esperándolo y rechazando a los demás chicos del conventillo mientras el estaba sentado del otro lado del patio tomando mate y mirando a todas partes menos hacia ella.

Al mismo tiempo Ernesto se estaba afeitando y pensando en que al fin la sacaría a bailar a Juanita y le diría que la amaba pero luego recordó el mal carácter de la muchacha y como rechazo a todos los demás chicos del conventillo en la fiesta anterior.

Juanita toco la puerta del baño y salio Ernesto

-Hola- dijo el sonriendo y con su mano en el aire

-Hola- respondió ella mirando al piso

Ernesto volvió a su pieza y se quedo pensando, definitivamente tenia que decirle algo. Comenzó a escribirle una carta pero luego de escribir varias hojas diciéndole que la amaba decidió dejar la carta debajo de una tabla del piso de la pieza que compartía con su hermano.

Ya estaba cayendo la noche y la fiesta ya estaba llegando a su fin, y Ernesto y Juanita seguían cada uno sentado en su silla en diferentes puntas del patio. El padre de Juanita llego con un muchacho muy apuesto y se lo presento a su hija

-Hola- dijo el con una voz gruesa- me llamo Eduardo

Juanita lo miro a los ojos y el le sonrío, ella decidió que era hora de olvidarse de Ernesto, que el nunca se iba a fijar en ella y acepto la propuesta de bailar de Eduardo.

Ernesto miraba la escena enojado consigo mismo porque nunca había tenido el valor de hablar con Juanita y decidió que era hora de volver a España con sus padres.

Ya estaba saliendo el sol, Juanita estaba preparando unos mates para su padre que en menos de media hora tendría que salir a trabajar cuando se dio cuenta de que había un sobre delante de la puerta. Era la carta que le había escrito Ernesto diciéndole que la amaba, pero el final estaba tachado y debajo concluía, “pero me di cuenta que jamás voy a tener el valor de decirte todo esto mirándote a los ojos, así que me voy. Hasta siempre, te ama… Ernesto.”

Juanita corrió hasta la pieza de Ernesto sin oír los gritos de su padre que la llamaba preocupado. Ella esperaba verlo a Ernesto sentado en la puerta de su pieza como cada mañana, tomándose un mate con su hermano Pedro antes de irse a trabajar pero cuando llego solo vio a Pedro, algo triste. Decidió que debía estar triste por otra cosa y no porque su hermano se hubiera ido y entro sin preguntar a la pieza de los dos muchachos corriendo y gritando

-Ernesto… Ernesto yo también te amo-

Pero allí solo había una cama algo desecha y otra cama que ni siquiera tenia sabanas

Una lágrima corrió por su mejilla y entro Pedro

-perdón Juanita… pero Ernesto se fue ayer a la noche-

Entonces se dio cuenta que todo esto no era un sueño convertido en pesadilla, que todo esto era verdad. Ernesto se había ido, había abandonado el conventillo para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario